Conectando Mundos Invisibles
Hacer visible lo invisible, lo imperceptible, ha sido tarea de muchas disciplinas. Desde explicar la resonancia de los exoplanetas hasta revelar la existencia de una cianobacteria en el fondo de un cráter marino, encontrar signos de una enfermedad silenciosa o las señales sutiles del alma. Lo invisible nos atraviesa de muchas formas, a veces nos toca; lo invisible es tan cercano a nuestra realidad que vale la pena explorarlo.
Caminando en el bosque, entre la hojarasca oscura, llaman mi atención unos puntos dorados sobre un fondo rosa; parece una flor, una flor exótica que nunca antes había visto. La flor no se ha caído de una rama, me doy cuenta de que está saliendo directamente del suelo: ¡es una planta sin hojas, ni tallos! Consulto la red inaturalist.org y resulta ser una planta parásita. La mayor parte del tiempo vive debajo del suelo pegada a la raíz de un árbol. Por la coincidencia de encontrar su flor, percibí este ser invisible que habita el suelo de la reserva.
Así como esta planta saprófaga, hay muchos otros seres viviendo sin ser vistos, en conexiones que parecen imperceptibles. Una mirada curiosa permite encontrar esas asociaciones ocultas que nos enseñan de los ciclos y las interacciones de esta red invisible que sostiene la vida.
En tan solo una fanegada, 6400 metros, a 10 minutos del casco urbano de Villa de Leyva, la vida se manifiesta, vibra y pulula, sin que los cientos de visitantes que buscan afanosamente chulear la «milhoja» la descubran.
Hongos variados crecen en el tronco caído de un aliso, donde a su vez viven y dialogan en familia los escarabajos negros, los cuales producen sonidos de defensa y de reconocimiento entre sexos. Este tronco a su vez es sustento de muchos otros seres; algunas larvas dan alimento a las pavas, las que suenan estruendosas al buscar los frutos morados entre las ramas del juco. De las heces de las pavas se alimentan, entre otras, las mariposas de alas transparentes, cuyas larvas se desarrollan prolíficamente en plantas del género Centrun. Estas plantas, ade más de producir el oxígeno que respiramos, dan biomasa para nutrir el bosque comestible. A su lado está el roble, árbol objetivo del sistema sintrópico que, mientras crece, da soporte a la archucha, el pepino de guiso que nosotros comemos. Sus hojas son el alimento preferido de la oruga verde, que se transformará luego en la polilla búho. Una que otra larva es comida por la mariquita roja, a su vez alimento de la libélula zurcidora, la reina y señora del ecosistema anfibio, que como ninfa vive en el agua y como adulta domina aire. El humedal, cuerpo de agua que permite la transformación de tantos seres, está colmado de palpitaciones, sonidos, vibraciones que conectan el agua con el aire, que a su vez se conecta con el suelo. De esta agua bebe el runcho, después de comer la mazorca y, de sobremesa, los frutos rojos del mortiño.
Hongos, plantas, insectos, aves, mamíferos, y humanos todos en sinergia «comiendo juntos» como parte de una red trófica en acción, que circula y recicla la energía. Seres y ciclos conectados invisiblemente. Transcurre así la vida en un pequeño espacio de reserva natural que nos invita a percibir lo invisible y entendernos como parte de esta trama intricada de la vida.
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Especies mencionadas
en el texto:
• Planta parásita: Langsdorffia hypogaea.
• Árbol aliso: Alnus acuminata
• Escarabajos negros: Familia Passalidae.
• Ave pava: Ortalis columbiana
• Árbol juco: Viburnum tinoides
• Mariposa de alas transparentes: Greta andrómica.
• Planta Centrun: Familia Solanaceae.
• Roble: Quercus humboldtii
• Planta archucha: Cyclathera pedata.
• Polilla búho: Megalographa biloba.
• Escarabajo mariquita: Harmonia axyridis.
• Libélula zurcidora: Rhionaeschna marchali.
• Runcho: Didelphis marsupialis.